Como su título lo dice. Festejar un cumpleaños en nuestro querido nido no era poca cosa, no había ni pelotero, ni casitas de fiestas, ni nada de lo que, pagando en estos días conseguís con solo levantar el tubo. Su organización era a puro pulmón e ingenio de nuestras hacendosas madres que hacían todo, hasta los bonetes. Pasando por los volados de las mesas, las guirnaldas, la comida y nada de la pedorrada de los chizitos, puflitos y demás chatarra que se vende en estos días... Cocinaban exclusivamente para la ocasión comida de verdad.
A la tarde para los chicos... A la noche para los grandes.

Corría el año 1972 época de vacas gordas para nuestros padres en la fábrica y aun así todo se hacia mas por amor que por ahorrar un mango. Si no tenias regalo para el amigo o amiga que festejaba no importaba nada, tu vieja te llevaba igual, porque era una manera de no despreciar esa valiosa invitación que te había traído tu amigo un par de días antes con una cara de “no faltes” que lo delataba y ...¡ No faltábamos ni en pedo!.
Teníamos todo lo necesario para que la fiesta fuera genial, ibas llegando y alguien te enchufaba un bonete, te daba una matraca un silbato y al ritmo de alguna música acorde a nuestra edad primero comíamos sentados como unos señoritos y después íbamos a jugar. Demás esta decirlo todos juntos siempre nenes y nenas a los mas variados juegos de aquella época.
Escondidas, manchas de toda clase, patrón de la vereda, colores, policías y ladrones, rango y vida, fútbol (donde las chicas aprovechábamos para cagarle a patadas los tobillos a los chicos), lógicamente buscábamos cuanta excusa podíamos para lograr entrar al cuarto del homenajeado, nos sacaban cagando y cuando ya iba llegando la hora de irse el cumpleañero habría sus regalos y se olvidaba de nosotros.
Nadie te venia a buscar... volvías solito a casa, con tu globo, una bolsita con golosinas, un bonete y un cacho de torta para comer por el camino.
El "compartir" era el alma de esas fiestas, y eso hacíamos y muy bien, sin ningún otro objetivo que estar juntos un par de horas y divertirnos como locos hasta el final. Vestidos como príncipes y volviendo llenos de mugre y pasto hasta la médula.
(La vestimenta se puede apreciar en la foto que obviamente se sacaba entes del desbande).
Ojala este recuerdo y enseñanza que nos dejaron nunca se vaya de nosotros porque con él, traté de criar a mis hijos inculcándoles el amor por lo demás.
Sin desprecios, sin distinción de castas sociales, de color de piel, de si la casa es linda o fea... ¡no importa todo eso! importa el ser que te recibe y te hace pasar un rato agradable con lo que tiene mucho, poco, que mas da si al fin de cuentas seguramente debe ser bastante mas feliz que al que le sobra y aun así es un pobre infeliz.
Así que chicos. Salute!! por esas maravillosas fiestas que poblaron nuestra niñez y tuvimos la gran suerte de disfrutar.